La alimentación de los ejércitos I

Alrededor del fuego de campaña
Alrededor del fuego de campaña

Dado que se cumplen ahora cien años del inicio de la Primera Guerra Mundial, llamada en su momento “La Gran Guerra”, se multiplican en todos los medios de comunicación los programas monográficos, reportajes y documentales sobre aquel luctuoso hecho. Una de las cosas que más llama la atención, además de la inusitada violencia con la que combatieron ambas facciones, es la falta de vituallas que sufrían ambos ejércitos, más acentuada en el alemán, haciendo que el hambre sentida por aquellos hombres les impulsase a veces a iniciar ataques contra las trincheras enemigas con la única meta de hacerse con los víveres del enemigo y llenar así los vacíos estómagos.

La alimentación de los ejércitos en la Gran Guerra fue tan importante que una de las novelas más famosas de la postguerra, la que firmó el alemán Erich María Remarque bajo el título “Sin novedad en el frente”, comienza dedicando los primeros párrafos de la obra a describir una rara situación de hartura en las tropas alemanas.

La alimentación de los ejércitos, debido al enorme número de soldados que se desplazan para librar batalla, ha supuesto desde siempre un gran problema para la intendencia de las naciones beligerantes. Debemos tener en cuenta que no eran solamente los soldados quienes se desplazaban ya que, en la antigüedad, les acompañaban muchas más personas. Por ejemplo, en la expedición que Alejandro Magno llevó a cabo contra el Imperio Persa, su ejército estaba compuesto por 35000 infantes y 4000 jinetes; pero a estos hay que sumar a los herreros, carpinteros, pastores, comerciantes, cantineros y prostitutas que sumaban otras 60000 unidades, haciendo que la columna llegase a los 100000 desplazados.

Mientras que herreros y carpinteros se encargaban de la fabricación y reparación de armas, comerciantes, cantineros y prostitutas tenían a su cargo, previo pago, la diversión de los soldados; los pastores, por su parte, eran los encargados de dirigir los rebaños de ovinos, bovinos, porcinos y caprinos que suponían la base de la alimentación de los combatientes, que se completaba con la caza, la rapiña, el robo y la incautación de viandas y alimentos en los lugares conquistados.

El general cartaginés Aníbal utilizó este sistema en su paso por España mientras que los romanos lo consideraron práctica común durante siglos. Carlomagno, en su fallida expedición para conquistar Zaragoza en el 778, dividió su ejército en dos columnas que cruzaron los pirineos por diferentes lugares para facilitar su alimentación. Precisaré que los vascones de aquel tiempo, antes de dar matarile a Rolando en Roncesvalles, periódicamente asaltaban el territorio de lo que hoy es la comarca de las Cinco Villas aragonesas, para saquear las cosechas de cereales.

Esta forma de alimentación de los ejércitos siguió vigente hasta bien entrado el siglo XVI. Los Tercios de Flandes, primer ejército moderno, ya tenían una adjudicación de alimentos que consistía en un kilo de pan o bizcocho, 1 libra de carne, ½ libra de pescado, 1 pinta de vino más aceite y vinagre, por soldado y día, lo que suponía la ingesta de más de 3000 calorías por persona; lo malo es que este suministro no llegaba siempre a tiempo, la paga tampoco, por lo que se sucedieron algunos motines que derivaron en saqueos como el famoso de Amberes del año 1570 que duró tres días, con sus respectivas noches, y en el que se cimentó la leyenda negra de los Tercios.

La Grande Armée francesa de Napoleón, conoció también las penurias y la falta de suministros durante la campaña de Rusia ya que, en España, se sirvieron a gusto sin asomo de vergüenza. En aquella campaña que llegó hasta Moscú, los soldados franceses requisaban no solo el grano y los víveres sino que también se llevaban los carros y las bestias para transportarlos por lo que, es natural, cuando los campesinos conocían con antelación la llegada de las tropas, escondían vituallas y animales en el monte, frecuentemente en agujeros cubiertos con tierra y ramas, para no ser despojados de ellos.

En 1806, Napoleón, que estaba en Berlín, ordenó para avituallar al ejército que en Varsovia, un grupo de 200 panaderos en 30 hornos elaborasen 400000 raciones de pan por día y, cuando el corso se vio obligado a mover sus tropas hacia el norte de Polonia en la maniobra de Bennigsen, cada cuerpo de ejército llevaba cuatro días de víveres, la carne en rebaños, mientras que los quintales de harina eran transportados en cajones por la compañía comercial Breidt, contratada para tal fin. Ni que decir tiene que los caballos muertos en combate, los gatos y los perros suponían, en tiempos de escasez, un gran alimento para la tropa.

En 1812 la ración de un soldado de la Grande Armée, consistía en 1 y ½ libra de pan negro, 4 onzas de pan blanco, 10 onzas de carne, 8 onzas de legumbres secas o 2 libras de patatas, un poco de sal y un dieciseisavo de pinta de aguardiente, aunque según la ley del 12 de septiembre de 1801 marcaba 750 gramos de pan, 550 gramos de galleta seca, 250 gramos de buey salado, 30 gramos de arroz, sesenta gramos de legumbres secas, sal, 1 litro de vino para cuatro hombres, 1 litro de aguardiente para dieciséis hombres y 1 litro de vinagre para cada veinte.

Cuando faltaba la sal, lo que era frecuente, utilizaban pólvora de cañón ya que, mientras el salitre se disolvía en el agua, el carbón y el azufre flotaban y había que espumarlos; aunque era mejor no salar los alimentos de este modo por el sabor amargo y desagradable de este “aliño” y que además producía diarreas y mucha sed, para muchos era un sustitutivo aceptable como lo eran para la mantequilla la grasa y las velas.

Ya en las Guerras Carlistas, los legionarios de la Legión Extranjera francesa que vino para apoyar a los Cristinos, desprovistos las más de las veces de la paga prometida, cayeron en el pillaje, y en el abuso del alcohol muy a menudo, para seguir con vida. Saco a colación el tema de las Guerras Carlistas ya que es de esta época la primera referencia escrita de la tortilla de patatas, aunque en ella no se aclara si la receta es con o sin cebolla. Para ilustrar esta receta, hace algunos años, un pastor roncalés de Isaba me dijo un 13 de julio en la piedra de San Martín que, para hacer la tortilla de patatas en las Guerras Carlistas los franceses pusieron una sartén de hierro colado, los aragoneses contribuyeron con aceite de oliva, los vascos pusieron las patatas y los navarros “le echaron muchos huevos” (sic). Sin comentarios.

La alimentación en los ejércitos sufrió un cambio total cuando Nicolas Appert, confitero francés a quien también se debe la invención del caldo concentrado en cubitos, ganó los 12000 francos de premio que se habían prometido a quien lograra descubrir la manera de conservar los alimentos durante un largo periodo de tiempo. Tras casi quince años de experimentar, en 1810 presentó su método que consistía en la colocación de los alimentos en botellas de vidrio cubiertas con un corcho sujeto con lacre y alambre a las que sometía al calor del agua hirviendo durante largo tiempo. Este invento fue mejorado por el inglés Peter Durand quien, en el mismo año inventó la lata de conservas cuya patente vendió a Bryan Donkin y John Hall quienes, desde 1913, envasaron alimentos para la Armada Británica aunque, al sellar las latas con soldadura de plomo, causaron algunos envenenamientos como sucedió en la expedición de John Franklin al Ártico.

En un próximo artículo trataré el tema de la alimentación de los ejércitos en las guerras del siglo XX.